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Exposición: Sunu gaal (nuestra Canoa) de Abdoulaye Diop
El Hotel Neptuno junto con la Asociación Senegalesa de Gran Canaria y el Área Cultural AC/DC, nos presentan la muestra del pintor Senegalés Abdoulaye Diop. Una interesante exposición comisariada por Diego Casimiro que enlaza Dakar con Gran Canaria.
Según Rosario Valcárcel, crítica de la obra, Diop nos trae "la expresión y los sentimientos del Atlántico, la realidad cotidiana de su entorno, esclavos y rituales, la vegetación en forma de velas, de troncos, de papiros. La verdadera África atravesada por su pasado, por sus ríos, por el sonido de su música y el revivir de sus habitantes. Un figurativismo abstracto que busca las emociones en el espectador. Recrea una paleta de gran energía, de color, de signos y de roturas, de zurcidos y atados. De sentimientos: miedos y oscuridad, barcos fantasmas y sombras de seres carnales a la deriva, en el mar. Nos muestra el viaje como búsqueda, la inmigración, la unión del pasado y el presente con el futuro. Las circunstancias históricas del momento, la esperanza..."
Con una enérgica mezcla de amarillos, naranjas y bermellón junto a sombras más oscuras de azules o grises que representan el viaje como búsqueda, la inmigración, la unión del pasado y el presente con el futuro, Abdoulaye rinde un homenaje a la emigración. Trata de explicar lo inexplicable y nos presenta el mar con su turbulencia y su salitre brumoso, los botes encallados, las velas y las pateras que se rompen, los barcos fantasmas y las sombras de seres carnales a la deriva. La capacidad del hombre para retar a la naturaleza y vencerla, la lucha. El sueño por un futuro mejor. Los esfuerzos humanos para traspasar la puerta, el éxodo.
Nos muestra el “paisaje de los hechos”, el océano que despierta el sentimiento de vacío, de miedo e infinitud en el espectador. El mar cruel que no otorga riquezas sino favorece naufragios, el mar escenario de aniquilación, que no oye, sino retumba.
Nos presenta el desarraigo, esa experiencia de lo inmaterial, de lo invisible. El momento en que sólo escuchamos el silencio del griterío. Capta ese instante en que la muerte está cercana, en el que las penumbras se incrementan y aparecen las ensoñaciones
a través de velámenes, de túneles como símbolo de otra oscuridad: la de conciencia.
Pero también nos acerca la alegría y la felicidad, ese soplo de libertad multicolor, el sol y el sonido de la trompeta y el saxofón, las piernas y el cuerpo humano. Nos acerca el gesto de la emoción y el ritmo, la percusión y las cadencias infinitas, el carácter musical de la población senegalesa. Ese otro aspecto de Dakar, en que los compositores tocados de túnicas y con estilo desenfadado e innato elevan sonidos de un jazz espiritual que casi podemos escuchar.
Sus acrílicos nos trasladan también a su realidad actual, a un nuevo espacio, al paisaje urbano de una ciudad que emerge. A las calles y a los edificios de un pueblo donde coexisten diferentes culturas, a un pueblo de Gran Canaria llamado Vecindario, a un pueblo que intenta resolver necesidades individuales en una población en donde conviven diferentes tradiciones étnicas, religiosas e ideológicas y lo realiza con una paleta de colores más luminosos.
Nos presenta un figurativismo abstracto que tiende a perseverar en el ser, a buscar las emociones más dispares en el espectador, tanto que a veces llega a jugar con el lenguaje de los pinceles, y entonces podemos descubrir entre los lienzos otra vida que está agazapada. Descubrimos animales como hipopótamos, elefantes, grandes peces y vegetales, seres sobrenaturales. La vida en las cabañas antiguas de su país.
Ciertamente, las pinturas de Abdoulaye no reflejan la realidad detenida en el instante, sino que representan la fuerza vital que viene de un ser supremo a través de los eslabones de sus antepasados, los ojos centenarios de los esclavos afroamericanos, de los rituales, la magia y el hechizo. Por eso representa las calles y los vendedores ambulantes, monedas y billetes; Jacinto Verdaguer o Cristóbal Colón ese otro emigrante de ida y vuelta. Cabelleras rizadas, dientes, ojos y miradas semejantes. El pergamino y las turbinas de los aviones, la espesura en forma de velas, de troncos y papiros. Los zurcidos y los atados. Las glorias como Mandela y el poder de los ancianos y la familia.
Abdoulaye nos acerca una tierra afectada y saqueada. La magia y la religión como espacio de salvación y de manifestación divina. Nos ha acercado las plantas, el viento, el agua, el fuego. La energía invisible. Los valores y aspiraciones de un país, de África. Él, igual que un griot nos ha acercado a la unión del pasado y el presente, a través de sus pinceles.
Nos acerca a esa fuerza vital que mueve y sostiene todo, la esperanza.